#ElRincónDeZalacaín: La radio en la cocina

Hubo épocas cuando para cocinar se necesitaba de la charla, de la plática, la “otredad” dirían, fue entonces cuando la abuela de Rosa, la cocinera de la familia del aventurero Zalacaín, desarrolló la habilidad de recordar las frases de la abuela y de las tías abuelas cuando se preparaba algún platillo tradicional de la casa; por aquellos años aparecieron las radios, aparatos pequeños de fácil acomodo y con ellos la afición de las cocineras por la voz de los locutores y por supuesto de las llamadas “radionovelas”, los programas de radio se convirtieron en la compañía por excelencia mientras en la cocina se molía, trituraba, picaba, condimentaba, cocía, guisaba la comida del día.

En aquellos años las producciones de radionovelas venían de la Ciudad de México, donde los radiodifusores lanzaron la famosa “Cadena Azul y Plata” de la XEW y también aparecieron las producciones de Radio Programas de México, donde se grababan en cintas de rollo abierto las radionovelas ansiosamente esperadas por las radioescuchas en la cocina.

Los aparatos National, Philips, Motorola, Telefunken, Majestic, General Electric, entre otros lograron un espacio en la cocina, encima del refrigerador, a un lado de la alacena, se tapaban con una servilleta de tela a fin de impedir la entrada del cochambre en su interior. A la mamá de Rosa le tocaron las radios de “bulbos”, esos donde se debía esperar a encender totalmente el bulbo y entonces se podía escuchar, en cambio a Rosa le tocó la llegada de los “transistores”, esos radios pequeños, japoneses, forrados en piel y con un aditamento para colgarse del cuello, luego aparecerían otros donde estaba integrado un reloj con alarma, útil en temas de repostería, pues había en alguna estación de radio un programa donde se hablaba de las bondades de la “Pasta Oro” para cubrir pasteles, las harinas debían reposar un tiempo y luego de confeccionado el pastel se metía el horno donde el calor y el tiempo eran factores importantes.

Quizá algún espacio estuvo patrocinado por esa marca pues había una frase “El secreto de su éxito como repostera está en los ingredientes que emplee, use en todos sus pasteles Pasta Oro…” Y luego se enumeraban los productos, la harina pastelera, “con gluten especial para dejar todas las pastas suaves, esponjosas, tersas y de un exquisito sabor”; el azúcar para pastillaje ideal para hacer toda clase de flores y piezas de azúcar, la levadura pulverizada, pasta de almendra para la elaboración de dulces, bombones, adornos y figuras; y una receta especial para preparar “tamales de elote rápidos” con manteca, azúcar, Levadura Oro, chiles poblanos, jitomate, lomo de cerdo, elotes tiernos con sus hojas y cebolla…

Vaya recuerdos le había puesto en la mente Rosa la cocinera quien aún guardaba en su habitación una especie de colección de radios antiguas usadas en la cocina, la mayoría en cajas de plástico al frente aparecían dos botones uno para el volumen y otro para fijar la frecuencia manualmente, sólo sintonizaban la banda de “AM” pues la “FM” aún no llegaba al mercado, y una bocina.

Fue en uno de esos programas donde Rosa escuchó a la señora Guadalupe de Ovando de Velázquez de León, invitada a charlar sobre recetas de cocina poblana. Era alumna de la afamada Josefina Velázquez de León una especialista en cocina, propietaria y directora de la “Academia de Cocina Velázquez de León” de la ciudad de México, ubicada en la 4ª Calle de Abraham González No. 68. y quien había venido a Puebla a dar un curso con las Madres Capuchinas Eucarísticas de la Adoración Perpetua gracias a la invitación de las reverendas Teresa Rojas y Margarita María, la madre de una de ellas había sido vecina de la abuela del aventurero.

Y Rosa recordaba la receta del “Lomo de puerco en pulque y caramelo” donde además del lomo de cerdo, se usaban hojas de laurel, mejorana, tomillo, cebollas, azúcar, litro y medio de pulque sin curar, una lechuga, aceite, vinagre, sal y pimienta.

Una vez desgrasado el lomo se metía a cocer en el pulque y las yerbas de olor y la cebolla; aparte se hacía el caramelo con el azúcar hasta obtener un color café claro y se agregaba al lomo una vez se hubiera cocido, ya dorado se le agregaba una salsa hecha con el caldo donde se había cocido el lomo, colado y espesado; se servía con la lechuga picada. Y la verdad a Zalacaín le gustaba mucho, por desgracia con la ausencia de buenas pulquerías cada vez es más difícil hacerlo.

Una de las tías abuelas de Zalacaín experimentó alguna vez sustituir el pulque con otro producto, era la época cuando aparecieron los refrescos de cola y el lomo de cerdo fue metido a cocimiento en una mezcla de agua de cola, el resultado no era malo, pero la familia siguió prefiriendo el pulque.

De aquella época decía Rosa tenía muchos recuerdos pues la radio aparte de las complacencias musicales presentaba las radionovelas; la gente se enamoraba de las voces de Salvador Carrasco, Eduardo Arozamena, Guillermo Portillo, Luis Manuel Pelayo, Amparo Garrido, Emma Telmo, Rosario Muñoz Ledo, los Hermanos Galán, Joaquín Pardavé, Pedro Infante, Arturo de Córdova, Sara García y Manuel López Ochoa “en el papel de ‘Chucho El Roto’”, repetía intentando imitar al locutor de la época.

Radionovelas como “Anita de Montemar”, “El Monje Loco”, interpretado por Salvador Carrasco, quien comenzaba sus relatos con la frase “nadie sabe, nadie supo, la verdad sobre el pavoroso caso de… y sonaba en remate una risa macabra.

Dos radionovelas hicieron época, una “Las aventuras de Carlos Lacroix”, un detective exitoso acompañado de la bella Margot; Arturo de Córdoba era Carlos Lacroix y Marga López, Margot, quien siempre salvaba al detective en los momentos más peligrosos y era cuando Arturo de Córdoba pronunciaba la famosa frase “¡Dispara Margot, dispara!”.

La otra fue Kalimán en la voz de Luis Manuel Pelayo, y su fiel compañero el pequeño Solín. Tuvo mucho éxito. Incluso llegó a crearse en Puebla el Club de Kalimán a instancias del propietario de la radiodifusora poblana, XEHR, Roberto Cañedo, quien impulsó su formación.

Rosa seguía en la cocina preparando la comida y extrañando las radionovelas, repetía los nombres de las más añoradas: “Corona de Espinas”, “El ojo de vidrio”, “Guierritos”, “Ahí viene Martín Corona”, “Senda prohibida” … Vaya épocas, pensó Zalacaín, cuando la radio era otra cosa.





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